La Eterna Niña Pehebe

Bellypainting, animación infantil y productos personalizados

El baúl por Álvaro Rodríguez de Uña

El niño se levantó del suelo. Había pasado la tormenta contemplando las llamas de la chimenea. La danza de las lenguas de fuego era algo que le quitaba el miedo a las tormentas. Tras salir del ensueño en que la hoguera le sumía, miró a su alrededor. Perfecto. El abuelo, con quien solía pasar las tardes de los sábados, se había quedado dormido en su sillón favorito, que normalmente el pequeño le usurpaba en sus visitas.

Aquel era el momento que había estado esperando toda la semana. Ahora podría curiosear por toda la casa, sin miedo a una reprimenda o a un castigo.

Entró y salió por las distintas dependencias de la casa, quedándose completamente embobado ante

las cabezas de antílopes y ciervos que había en el pasillo del piso superior, al que nunca había subido. Entonces la vio. Como en un sueño, la puerta del desván estaba por primera vez sin llave.

La puerta chirrió al abrirse. Se detuvo y contuvo la respiración, esperando la reacción del anciano que dormía abajo. Contó hasta cien antes de decidirse a entrar.

BaúlEl desván le dejó anonadado. Frente a él, una gran carabina larga, cuya culata de madera empolvada no hacía disminuir el brillo del largo cañón. Dentro de un armario viejo, y en una funda de plástico trasparente, un perfecto uniforme de explorador. Varios pares de botas, cada cual más gastadas, se alineaban ordenadamente ante un desvencijado baúl.

El baúl llamó la atención poderosamente al niño. Solo tenía seis años y nunca había leído un libro. Y aunque no sabía que ese era el lugar donde los piratas guardaban sus tesoros y los exploradores sus diarios, intentó abrirlo. Un candado grueso impidió esta operación. Entonces, sin pensar en lo que estaba haciendo, levantó como pudo la carabina y dejó caer la culata sobre el candado tras subirse a una silla para ganar algo de altura. La culata dio de llenoel blanco, el candado se partió y el niño cayó de la silla dando una gran culada.

Ahora sí, estaba seguro de que al viejo, por muy profunda que fuera su siesta, le había despertado el estruendo causado. Con el corazón saliéndole del pecho se acercó sigilosamente a la puerta del desván y se asomó al pasillo. Nadie. Entonces, empujó la puerta hasta cerrarla.”Ya está” se dijo “Aunque quiera entrar, ya no podrá”

Sintiéndose más seguro se acercó al baúl y se quedó embobado mirando el interior, del que fue sacando los más diversos objetos: un machete de gran tamaño, una brújula, unos prismáticos, una mosquitera, una mochila de color marrón claro, varios mapas antiguos, un cuerno de búfalo(aunque no supo reconocerlo), una piel de serpiente enorme, un silbato de plata, un sombrero de explorador, un sextante, un sacacorchos, una botella vacía de ron, varios libros y un pesado paquete envuelto en tela que no fue capaz de abrir.

Con el sombrero puesto (se le hundió hasta casi los ojos) comenzó a ojear los libros buscando dibujos e ilustraciones. No quedó decepcionado. Jirafas, buitres, chimpancés, orangutanes, gorilas y leones desfilaron ante sus ojos dejándolo alucinado y preguntándose qué hacían esas cosas en el desván de su abuelo.

-¿Te gustan?-sonó una voz a sus espaldas- yo habría preguntado primero antes de tirar media casa encima del baúl.

El niño pegó un bote de canguro. A sus espaldas, con dos tazas de chocolate calentito en las manos, estaba su abuelo. No parecía enfadado, como cuando discutía con su padre, o decepcionado cuando desempaquetaba la bufanda que le regalaban todos los años. Su mirada era de felicidad, hasta se podía ver una lágrima en sus ojos zafiro.

-Así que-le dijo-has descubierto mi pequeño baúl de los recuerdos. Esas son algunas de las cosas que usaba cuando era explorador en África.

-Cuéntamelo-pidió el niño-Cuéntame tus aventuras

-¿De verdad quieres oírlas?-le preguntó el abuelo, dirigiéndole una mirada cómplice-Entonces bajemos y…

-Quiero oírlas aquí-dijo el niño en ese tono que es imposible de contradecir.

-De acuerdo-concedió el viejo-, pero deberíamos encender alguna luz.

Rebuscó en el baúl y extrajo aún un quinqué, una petaca de plata, una pitillera llena de hojas secas y un auténtico yesquero de explorador, con lo que la perplejidad del niño aumentó.

Tras encender el quinqué con el yesquero, el anciano lo colocó en el centro de la habitación, llenándola de una clara luz ambarina. Colocó dos sillas en mejor estado que la que había utilizado su nieto y le pasó a este una taza de chocolate tras indicarle que se sentara.

-Pues verás-comenzó-. Mis aventuras por África comenzaron un poco antes de casarme con tu abuela, que en paz descanse, y muchísimo antes de que tu padre naciera. Por aquel entonces yo era un galán berlinés muy apuesto, rico e inteligente, pero la verdad es que Alemania no me gustaba nada de nada, así que cogí primero un tren y después varios barcos hasta llegar a África. Una vez allí, participé en grandes cacerías de búfalos, antílopes y elefantes, convirtiéndome en una leyenda para los africanos. El cuerno que has sacado de mi baúl me lo dio un nativo, un amigo muy querido, el valiente Riano, porque matamos juntos al ñu que lo poseía. Para él era un símbolo, un símbolo de amistad eterna.

El niño lo escuchaba embobado, sin tan siquiera limpiarse los bigotes que le había dejado el chocolate y con el sombrero calado hasta la orejas, echado hacia atrás para poder ver.

-Mi mayor aventura-prosiguió el anciano- fue cuando encontré el rubí de la reina Wagga-Wagga.

-¿La reina Wagga-Wagga?-dijo el niño con un tono escéptico-. Si la reina esa no existe

-¿Que no existe?-simuló ofenderse el anciano-¿Que no existe? Lo que me faltaba, que después de recorrer la sabana diez veces, cruzar el río Caudaloso, luchar contra los Pies Sucios y los mosquitostoma-toma, de haber llegado al reino de la reina Wagga-Wagga y haber peleado contra sus mejores hombres para conseguir el rubí, ¡Me venga un mocoso de seis años con bigotes de chocolate a decirme que no existe!

-Perdón, perdón, perdón-se deshizo el niño en disculpas-, perdón, sigue contándomelo todo.

-Umm-dudó el anciano-. No sé si hacerlo, de todas formas, veamos ¿Cuántos libros has leído?

-Cuatro-respondió el niño

-¿Que no te mandaran leer en el colegio?-volvió a interrogar su abuelo

-Entonces, ninguno-reconoció un poco avergonzado-. Mamá dice que debería leer más, pero es que yo me aburro

-¡Menudo disparate!- se burló el viejo- Nunca he leído nada que me haya aburrido. Así que voy a hacer contigo un trato. Hoy te contaré la historia de la reina Wagga- Wagga, pero el próximo domingo me tendrá que contar tu un cuento que hayas leído. ¿Me lo prometes?

El pequeño dudó antes de contestar

-De acuerdo- dijo al fin, pensando en qué haría para escaquearse de la lectura- Ahora cuéntame sobre la reina….como se llame.

– Muy bien muchacho, pues vamos allá. Cálate bien el sombrero, tráete ropa de abrigo y sígueme a mí y al valiente Riano en la mayor de las aventuras que se vivieron en África.

El viejo se caló las gafas sobre la nariz, abrió su diario y comenzóleer:

“Año 1926. 13 de febrero. Me hallo con Riano en la Sociedad Geográfica en una de mis raras visitas a Londres. Examinamos varios mapas con la intención de completarlos y descubrimos una gran franja en blanco cerca del monte Kilimanjaro. Es una zona sin explorar ¡Por fin! Después de tantos años de viaje por África, un territorio virgen nos permite aportar algo a la geografía.”

– Este fue el principio de todo. Un territorio sin explorar a un par de días de camino desde el monte Kilimanjaro. Riano y yo comenzamos a prepararlo todo. Conseguimos caballos fuertes, agua, algunos collares de vidrio que gustan tanto a los jefes de las tribus, monedas de oro por si los nativos civilizados pensaran cortarnos la marcha, el machete que tú desenterraste del baúl y comida en abundancia. También nos aprovisionamos de armas. Junto con la carabina que has usado de ariete, que me había acompañado en todos mis viajes, añadí un revólver de seis tiro con una culata de marfil preciosa que un artesano esculpió para mí del colmillo de un elefante.

“Por fin nos pusimos en marcha. Éramos un grupo de diez hombres. Nos acompañaban siete estupendos porteadores y un guía. Todos de la noble tribu de los massai. Íbamos muy animados sin saber que de ese viaje sólo volveríamos Riano yo, y eso con mucha suerte y algún que otro dedo de menos.

Por fin, un día soleado (en África todos lo son) nos pusimos todos en marcha cantando. Riano y yo íbamos en caballos blancos que habíamos comprado en España, los mejores caballos que se pueden encontrar en el mundo. Detrás nos seguían los otros nueve en mulas, burros y diversos animales de carga y tiro. Recorrimos unos cincuenta kilómetro hacia el norte y pasamos la primera noche en la sabana entre whisky y cantos tribales de los porteadores. Pero no duraría mucho la tranquilidad. En los días sucesivos el calor, los leones que atacaban constantemente y los salteadores de caminos de las diferentes tribus convertían este viaje en algo muy peligroso. Por fin, después de dos semanas acampamos bajo el monte Kilimanjaro, el único sitio de África donde hay nieve. Allícomenzaba la verdadera aventura para nosotros.Abandonamos el Kilimanjaro y nos dirigimos hacia el Este; penetrando una semana después en una frondosa selva dosde al calor se unió al problema de la humedad. Allí nos atacaron por primera vez los mosquitos toma-toma. Uan picadura te producía tal hinchazón que no te podías moveren un mes. Algunos porteadores fueron picados en los pies y no pudieron andar. Tuvimos que improvisar camillas para los picados, pero descubrimos que rociando las tiendas con zumo de limón podíamos espantarlos durante la noche, lo que ya era un alivio. Después….”

– ¿Que sucedió después?

-Oh, que salimos de la jungla y encontramos el Poblado de los pies Negros y a la reina Wagga-wagga; que tenía el rubí más Rubâ height=impresionante de todos los vistos sobre la tierra. Veras….

Pero en ese momento se oyó un ruido abajo, el ruido de unos tacones. La madre del chico los estaba buscando:

-¿Papa? ¿Diego?

– Estamos aquí mamá- dijo el niño bajando- el abuelo estaba….

-Ya, dándote chocolate y dejando que te llenes de polvo-miró al abuelo, que bajaba con las tazas vacías-¿Por qué lo malcrías tanto? ¿Qué hacías allí arriba?

-Jugábamos al escondite-respondió el viejo guiñándole un ojo a Diego sin que su madre lo percatara-. Parece que el tiempo se nos ha pasado volando. ¿Lo has pasado bien Diego?

-Si- dijo el chico- pero el próximo sábado seguiremos ¿No?

-Si cumples el trato si, no olvides nuestro trato.

Y el niño compendio la astucia de su abuelo y supo que tendría que aprende una historia para el sábado que viene cuando su abuelo se volviera a sentar con el con las tazas de chocolate.

El abuelo, cuando el niño se hubo marchado, subió de nuevo al desván y comenzó a recoger todo lo que el nieto había dejado desparramado por el suelo. Cuando llegó al paquete envuelto en tela, se detuvo. Rebuscó en el baúl hasta que encontró su machete. Estaba un poco mellado; pero rajó la tela y el cordón con mucha facilidad. Bajo la tela protectora había una caja de ébano negro con cierre de oro. Soltó del cuello una llavecita que llevaba colgada en una cadena junto a una medalla de la Virgen y con ella abrió la caja. La habitación se llenó de luces de colores cuando, a la luz del quinqué relució un rubí del tamaño de un huevo de avestruz. La luz lo atravesaba haciéndolo brillar de mil maneras, como una fantasmagórica antorcha de fuego frío que el viejo sostenía en la mano.

Lo había guardado toda su vida, sólo dos personas conocían su existencia. Ambas estaban muertas: una era su mujer, que siempre quiso que el rubí decorara su salón, ante la férrea negativa de su marido y la otra era Riano, el valiente massai; que había caído para que el viejo escapara a Europa con el rubí.

El abuelo dejó resbalar una lágrima ante la vista de aquella piedra; la contempló durante largo rato antes de volver a conminarla a su retiro.

 

FIN

Autor: Álvaro Rodríguez de Uña

pehebe

16 comentarios en «El baúl por Álvaro Rodríguez de Uña»

  1. i esto qe es?¿
    arre qe no leimos nada xd
    venimos a buscar un rubi i sale esto =O
    jkajksa
    besito !!
    cuidense (L
    i si tenemos gnas capas lo leemos 😎
    arre
    besito de nuevo a quien sea 😛
    arre

    effenn wii
    arre
    na ni loca dejo mi flog en eso xd

  2. nithaxr nos dice:

    claro que fue 1º el huevo ¿noo?!
    Enero 3, 2009 a 11:07 pm

    sos mogolico, no ? es obvio que primero vino el dinosaurio IDIOTA .

  3. hola a todos los que han dejado un comentario, muchas gracias.

    En rimer lugar si quereis opinar sobre quien fue antes el huevo o la gallina…lo podeis hacer, pero no aqui, porque este post no pertenece a esa pregunta.

    Lo segundo, siento mucho que os hayais llevado una desilusion a la hora de buscar un rubí y encontraros con este post.

    Y por último, por favor no insultéis a los demás blogueros que intenten expresar su opinión, todos somos libres de opinar y de equivocarnos o no, siempre desde la tolerancia y el respeto.

    un saludo

  4. me gusta los rubies i tamvien la marihua… ehh??
    ai mierda , q est no lo teniaq decir !!!

    io estoi haciendo un travajo para el insti i me sale esta …ejemmm…esto… esq……..
    wapuuuu!!!! graciees!!!! 🙂

  5. hola todos, muchas gracias por comentar este artículo, aunque la mayoría de los que han comentados no se lo hayan leido, ya bien por pereza o porque no les gusta leer…sea por lo que sea, les agradecería muchísimo que se limitaran a escribir sobre el artículo o a contestar otro comentario de los expuestos sobre el artículo. También me gustaría que si alguien tiene una crítica negativa sobre este cuento que lo exponga libremente. justificando su respuesta, ya que poner las cosas por poner, no sirve de nada.

    Sin más me despido

    Un saludo

  6. Pues, curiosamente yo también solo estaba buscando unas imágenes de algún rubí, porque estaba escribiendo una historia propia, así que imagínate mi sorpresa cuando llegué por casualidad a este lugar, para encontrarme con algo de un compañero escritor

    Linda historia, y me he quedado con las ganas de escuchar el final de la historia del abuelo, y ¿quién sabe?, quizás otra anécdota más.

    Mucha suerte y sigue así

    Josué

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